La Catalunya que sigue seca, con lluvias mínimas después de tres años, vive entre la desesperación, la angustia y la sensación de abandono. A la falta de agua para riego agrícola y la angustia de quedarse sin agua para beber, con camiones cisterna, cortes y restricciones, se añade la indignación de sentirse olvidados. La rápida recuperación de buena parte de los pantanos de las cuencas internas catalanas y el alivio de la sequía en la región de Barcelona, la más poblada, y en Girona, contrastan con la situación crítica que se vive en el Priorat y el Baix Camp. Sus cuatro embalses (Siurana, Guiamets, Margalef y Riudecanyes) siguen vacíos, en conjunto, por debajo del 2,5%.
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