Sentarse en el despacho del alcalde de Barcelona debe ser una experiencia dual. Por un lado, la contemplación de la belleza de las notables obras de arte que cuelgan de sus paredes (impagable el relato que realizaba ayer Enric Sierra al respecto) seguro que transporta el espíritu a un embelesado estado de placer acompañado del sonido de violines y flautas. Pero está la otra cara de la moneda, la del sonido metal, la de la gestión de los temas escabrosos como el turismo, cuyo ritmo dispara la locura de las guitarras eléctricas y las baterías. Collboni, tras la decisión desafortunada de anunciar la eliminación de las 10.000 licencias de apartamentos turísticos, redondeó la semana con el anuncio de un nuevo incremento de la tasa turística en Barcelona.
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